Hay algo realmente genial de las ciudades que se van volviendo grandes y cosmopolitas. Y es eso de venir de la vorágine y poder refugiarte en rincones tranquilos y de atmósfera tan relajada. Nada más entrar, inundaba el silencio y aunque un par de personas entraron al mismo tiempo que yo, pronto nos perdimos por los caminillos del cementerio.
Es una pena que no hubiera tenido una cámara mejor para poder sacar el rosa tan bonito de aquellas flores.
Y cuando quise salir pensando en la civilización y en socializarme, me encontré con la puerta de la verja cerrada. El corazón me empezó a palpitar y mil pensamientos de como salir saltando el muro me pasaron por la cabeza. Pero al girar el picaporte y empujar resultó que no le habían echado con llave. Buff...
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